sábado, 23 de junio de 2012

Traducción y deseo

Apareció ayer en la revista Ñ de Clarín una pequeña nota de Andrés Neuman, donde hace referencia al poeta británico Philip Larkin. La reproducimos tomada de: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Philip-Larkin-traduccion-gramatica_0_719928019.html

Traducirnos
Por Andrés Neuman

Recuerdo, traduzco a mi amado Larkin: “La noche no ha dejado nada más que mostrar:/ ni la vela ni el vino que dejamos a medias,/ ni el placer de tocarse;/ solamente este signo de tu vida/ caminando por dentro de la mía”.
Amor y traducción se parecen en su gramática. Querer a alguien implica transformar sus palabras en las nuestras. Esforzarnos en entender a la otra persona e, inevitablemente, malinterpretarla. Construir un precario lenguaje en común. Para traducir un texto de manera satisfactoria hace falta desearlo. Codiciar su sentido. Cierta necesidad de poseer su voz. En ese diálogo que alterna rutina y fascinación, conocimiento previo y aprendizaje en marcha, ambas partes terminan modificadas.

El amante se mira en la persona amada buscando semejanzas en las diferencias. Cada pequeño hallazgo queda incorporado al vocabulario compartido. Aunque, por mucho que intente capturar el idioma del otro, lo que al final recibe es una lección acerca del idioma propio. Así de seductora y refractaria es su convivencia. Quien traduce se acerca a una presencia extraña en la cual, de alguna forma, se ha reconocido. El texto le presenta un misterio parcialmente indescifrable y, al mismo tiempo, una suerte de familiaridad esencial. Como si traductor y texto ya hubieran hablado antes de encontrarse.

Traductores y amantes desarrollan una susceptibilidad casi maníaca. Dudan de cada palabra, cada gesto, cada insinuación que surge enfrente. Sospechan celosamente de cuanto escuchan: ¿qué habrá querido decirme en realidad? Amando y traduciendo, la intención del otro se topa con el límite de mi experiencia. Yo me leo leyéndote. Te escucho en la medida en que sepas hablarme. Pero, si digo algo, es porque me has hablado. Dependo de tu palabra y tu palabra me necesita. Se salva en mis aciertos, sobrevive a mis errores. Para que esto funcione, tenemos que admitir los obstáculos: no vamos a poder leernos literalmente. Voy a manipularte con mi mejor voluntad. Lo que no se negocia es la emoción.