domingo, 29 de septiembre de 2013

Interpretar silencios: la extraducción en la Argentina

Para los colegas que estén en Bueno Aires, va esta invitación. Ojalá pronto podamos conocer en México los resultados de esta investigación. Con la liga que viene en el volante pueden acceder a la página de la Fundación TyPA, en la que podrán conocer todo su proyecto de extraducción, que consideran tan importante como la traducción hacia nuestra propia lengua y cultura.


INTERPRETAR SILENCIOS. LA EXTRADUCCIÓN EN LA ARGENTINA: Presentación en la Conferencia Editorial 2013


El próximo jueves 3 de octubre a las 14, dentro de la Conferencia Editorial 2013, se presentará la reciente investigación de la Fundación TyPA: Interpretar silencios. La extraducción en Argentina (2008-2012), de la Dra. Valeria Añón.

Presentarán el ensayo José Luis de Diego (docente investigador, UNLP) y Maximiliano Tomas (periodista y escritor), junto con la autora.
 
El libro aborda el mundo editorial desde otro ángulo: los procesos de traducción en la Argentina. Cómo se construyen puentes, cuáles son los principales obstáculos, qué políticas culturales apoyan los vínculos que la traducción literaria construye, qué es lo que resta hacer.

Esta investigación brinda datos efectivos y novedosos respecto de una dimensión muchas veces desatendida. Un mapa de los vínculos entre América Latina y otros países/otras lenguas/ otras culturas, que interpela a todo editor, traductor y agente cultural.

 
Centro Metropolitano de Diseño: Algarrobo 1041, CABA
Organizan: Opción Libros de Buenos Aires y Fundación TyPA
Entrada libre, con inscripción: infoopcionlibros@buenosaires.gob.ar



Crítica al derroche del Instituto Cervantes


Nos hace llegar este artículo Silvia Senz de Addenda et Corrigenda, con el siguiente
comentario: "Inédito en Ansón. Debe de haber motivos personales ocultos para esta crítica". ¿Incide esto en la vida de los traductores o es una simple nota de columna cultural? Aliado como está el Cervantes con la RAE, BBVA, Planeta, etc. para sacar provecho económico mediante la industria del panhispanismo, ¿qué revela esta ostentación? También en México estamos viendo derroche institucional y mediático en época de huracanes y desastre nacional: ¿qué revela el hecho de que el dinero se distribuya de un modo determinado? ¿A poco es ajeno esto a la vida de los traductores?


Luis María Ansón, miembro de la RAE

La insultante suntuosidad del Instituto Cervantes

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española

LUIS MARÍA ANSON | Publicado el 27/09/2013 |

Dámaso Alonso se dio cuenta a tiempo de que la fórmula tradicional de la Real Academia Española -'limpia, fija y da esplendor'- había que completarla otorgando preferencia a la unidad del idioma. El latín se descompuso en una serie de lenguas romances -el español, el francés, el rumano, el portugués, el provenzal, el catalán, el gallego- cuyos hablantes no se entienden entre ellos. Sobre la unidad del español pesaba una amenaza semejante. Fernando Lázaro Carreter hizo una labor ingente para impedir que el idioma de Cervantes se fracturara. La gestión de Víctor García de la Concha como director de la Real Academia ha sido sobresaliente. Se ha desvivido en el cargo, ha viajado a las naciones hispanohablantes, ha demostrado una excelente mano izquierda para la lidia al natural, ha sumado todas las voluntades y ha impedido que el español se fragilizara. El riesgo de que nuestra lengua-hablada por 500 millones de personas- se descomponga ha sido superado y el Diccionario normativo de la RAE está firmado por los académicos de los 22 países hispanohablantes. Víctor García de la Concha se merecía el Toisón de Oro -máxima condecoración mundial- que le otorgó Su Majestad el Rey. No se pueden hacer mejor las cosas al servicio del idioma de Cervantes y Borges, de Quevedo y García Márquez, de Ortega y Gasset y Octavio Paz, de Lope de Vega y Miguel Ángel Asturias, de San Juan de la Cruz y Juan Rulfo, de Miguel Delibes y Mario Vargas Llosa, de Federico García Lorca y Pablo Neruda.

Al frente del Instituto Cervantes, García de la Concha ha puesto toda su experiencia, su entero conocimiento y su inacabable sabiduría literaria. Está haciendo, en época de especiales dificultades, una tarea extraordinaria con general reconocimiento. Tal vez no haya nadie en España que tenga la capacidad de García de la Concha para pilotar la nave del Cervantes.

Dicho esto, a la parte más seria del mundo de la cultura se le cae la cara de vergüenza al contemplar la suntuosidad del edificio en que, por decisión zapatética, se instaló el Instituto Cervantes. Hubiera bastado un piso de mil metros cuadrados, unas oficinas discretas y funcionales. En lugar de eso, en plena desmesura despilfarradora, el Cervantes ha ocupado el palacio del Banco Central. El lujo y la ostentación lo presiden todo. En mármoles suntuosos y bronces fatigados, en altivas cariátides y estancias opulentas, en el boato de pomposas salas interminables se dilapida el dinero público. Por las noches el edificio refulge con una iluminación carísima que insulta al mundo de la cultura, angustiado por las estrecheces y el agresivo 21% del IVA con que se gravan sus principales actividades.

¿Cuánto le cuesta al españolito, sangrado a impuestos de forma inmisericorde por el Gobierno, preguntaba yo hace unos meses, el mantenimiento del edifico de Palacios y Otamendi en el que se ha instalado el Instituto, cuánto la calefacción, el aire acondicionado, la luz, el teléfono, la limpieza, la seguridad, el ejército de empleados? ¿Qué utilidad tiene, por ejemplo, para el Cervantes la grandiosa caja fuerte, considerada como una de las más inexpugnables de Europa?

Parecería lógico que ministros de probado equilibrio -García-Margallo y Wert- tomaran una decisión evitando el insulto que para el mundo de la cultura supone tanta ostentación, tanto derroche, tanta desmesura, cuando el teatro, por ejemplo, se arrastra casi en la indigencia y el cine no encuentra el mínimo soporte económico para desarrollarse.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Los huracanes y los libros

Hola de nuevo colegas. 

Antes que nada, espero y se encuentren de lo mejor. Me gustaría reproducir esto, ya que trata el tema actual que se está viviendo en muchos estados de la República. Tengo que aceptar que me atrajo, de inmediato, por la forma en que, Alejandro Zenker, se refiere a los libros; pero sobre todo, por que aborda un tema que, a mi consideración, es prioridad de todos los mexicanos. Es más, un tema que va muchísimo más allá de simples nacionalismos: hermandad como especie. Salgamos ya de este individualismo cancerígeno en que hemos caído, debemos de dejar de lado el típico pensar "es su problema". Lamentablemente, y hay que señalarlo, esta maquina capitalista nos obliga a ver, siempre, por nosotros mismos y, muchas de las veces, de manera inconsciente, inclusive llegamos a abandonar a nuestros congéneres cuando más nos necesitan. Sé que no es, propiamente, un artículo en materia de traducción, no obstante, creo que que viene al caso tomar en consideración lo que plantea aquí el autor. Espero y lo disfruten. (Por cierto, en esta ocasión, en especifico, no reproduciré nada, con respecto al trayecto profesional del autor, dado que ya lo he hecho en una entrada anterior). Dicho esto, no queda más que desear a todos que tengan un buen fin de semana.  

Saludos cordiales, 
Jorge Pérez Arteaga

Los huracanes y los libros

AZ 23 de septiembre 2013





















Alejandro Zenker

24 de septiembre, del 2013

En medio de la ola destructiva que hemos sufrido en estos días en México, el libro se encuentra entre los damnificados. Y con el libro, los lectores. Más de cuarenta mil escuelas sufrieron daños, muchas de ellas una destrucción total según datos oficiales preliminares. Podemos imaginar que, además de la tragedia inmediata que viven muchos en estos momentos en que cunde el hambre, la sed, y se deteriora la salud, habrá secuelas en muchos otros terrenos, como el educativo y cultural. ¡Cuántas bibliotecas públicas, cuántas bibliotecas escolares, cuántas bibliotecas de aula, cuántas bibliotecas personales no habrán sucumbido ante la lógica inexorable de la humedad! Si en México ya enfrentábamos una gran emergencia educativa desde hace muchos años, hoy ésta se hará más patente. En este momento sin duda lo urgente es dotar a la población de alimentos y medicinas, de atención médica, de techo y cobija. Pero pasada la emergencia, será impostergable trabajar con ahínco, denodadamente, por un cambio cultural y educativo en el país. No es posible que sigamos siendo el México de las mediocridades cuando tenemos tanto potencial. La ignorancia acarrea desgracias. Mucho de lo sucedido podría haberse evitado con ciencia, cultura y educación. Por lo pronto, lo que podemos hacer es organizar un gran movimiento de acopio de libros para volver a dotar de bibliotecas a los habitantes de las regiones afectadas. Porque pasada esta etapa de emergencia en la que el hambre y la sed dictan las prioridades, seguirá una en que el entendimiento buscará respuestas. Y éstas las encontrará quizás en los libros…

Alejandro Zenker

Tomado de: http://alejandrozenker.com/blog/2013/09/24/los-huracanes-y-los-libros/#more-1321

viernes, 27 de septiembre de 2013

La traducción en la época de la transición digital del libro

Hola colegas, buen día a todos. 
Aquí debajo reproduzco un artículo por demás interesante, en lo referente a nuestra labor como traductores y que, considero, deberíamos de tomar muy en consideración, dadas las exigencias de esta época de digitalización. Espero lo disfruten. 
Saludos cordiales, 
Jorge Pérez Arteaga.
- Reproduzco este extracto sobre Alejandro Zenker, desde http://mx.linkedin.com/pub/alejandro-zenker/10/8a3/a66
Alejandro Zenker. México, D.F. (1955). Editor, traductor y fotógrafo. Director general de Solar, Servicios Editoriales y Ediciones del Ermitaño, y director del Instituto del Libro y la Lectura. Entre muchos otros cargos y actividades fue fundador y presidente de la Asociación de Traductores Profesionales (ATP) y miembro del Consejo de la Federación Internacional de Traductores, en cuyo marco presidió el Comité para los Centros Regionales y fundó el Centro Regional de los Países del Norte de América (México, Estados Unidos y Canadá). Ocupó el cargo de Secretario general de la Sociedad Iberoamericana de Estudios sobre la Traducción (SIET). Fue director general del Instituto Superior de Intérpretes y Traductores, creador de las primeras licenciaturas en traducción e interpretación en México, y miembro de la mesa directiva de la Asociación Mexicana de Lingüística Aplicada (AMLA). Fue miembro fundador y secretario general de la Asociación de Editores Mexicanos Independientes (AEMI). Es director de la colección Minimalia y de la revista Quehacer Editorial. Promotor y director del Pabellón Tecnológico de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara en el 2001, ha sido entusiasta difusor del uso de las nuevas tecnologías en el medio editorial. Estudió pedagogía en Alemania y traducción en El Colegio de México. Fue becario en Alemania del DAAD. Ha publicado gran cantidad de artículos sobre traducción y quehacer editorial e impartido conferencias a nivel nacional e internacional. En el terreno artístico se ha desempeñado como fotógrafo y participado en numerosas exposiciones. Ha retratado a infinidad de escritores y artistas. Sus fotos ilustran ya más de veinte libros en los que alternan con el texto de reconocidos escritores.

Especialidades

Editor, impresor, analista, articulista, asesor, fotógrafo, traductor

La traducción en la época de la transición digital del libro

AZ 31 de agosto 2013 (2)







Alejandro Zenker, El Colegio de México
31 de Agosto del 2013
Permítanme hacer unas breves reflexiones en torno a la traducción en esta época de transición del libro con soporte en papel al electrónico. Imagino que en el ámbito de la traducción se habla con similar intensidad acerca de la irrupción de las tecnologías de la información en nuestros ámbitos de trabajo. Desde hace ya un par de años, al menos el sector editorial se encuentra en una discusión diaria acerca del devenir de nuestro quehacer. Si hasta hace poco algunos todavía se atrevían a dudar de la necesidad de emprender camino con miras a la migración de un soporte al otro, hoy la mayor parte de los editores o se están preparando para hacerle frente a los nuevos paradigmas, o ya están en plena labor de transición. Al soporte en papel le quedan años de vida, pero no tantos como para confiar el cambio a futuras generaciones.

Al pensar qué representa esto para los traductores, recuerdo la otra transición que nos tocó vivir hace menos de 30 años. Menos drástica, pero para algunos sin duda difícil. Me refiero a la necesidad de incorporar el uso de la computadora a nuestro quehacer. Las editoriales y los clientes en general comenzaron a exigir archivos electrónicos y ya no la traducción mecanografiada. Eso dio lugar también a la desaparición del capturista en el ámbito editorial. Algunos traductores no pudieron dar el paso para aprender a usar la computadora. Lo mismo pasó con escritores y académicos. Pero no se trataba sólo del remplazo de la máquina de escribir, sino también de la adquisición paulatina de otras habilidades, como el uso de plantillas y el formateo del texto en función de las necesidades del cliente, del empleo del correo electrónico y de la capacidad cada vez mayor del uso de las herramientas en la red para una mayor productividad. Pero esa transición se dio y hoy no hay quizá ya traductor que no haga uso de esas herramientas. Algo que no se concretó fue la automatización generalizada de la traducción y, por lo tanto, el desplazamiento de los traductores, aunque ha habido avances nada desdeñables que seguirán su rumbo.

La automatización actual responde a la lógica de la necesidad de la inmediatez y de la internacionalización de las vinculaciones. Esa internacionalización es la que, en mi opinión, viene a cambiar hasta cierto punto el panorama del quehacer editorial y de la traducción.

Internet rompió con las fronteras y ha ido acortando o desvaneciendo las distancias. Les daré un ejemplo. Las oficinas y talleres de nuestra editorial, Ediciones del Ermitaño, ocupan poco más de 1200 metros cuadrados de superficie. Mi actual oficina se encuentra a unos 30 metros de mis demás colaboradores. El 90% de la comunicación con ellos se da a través de la red, es decir, correo electrónico, Messenger, intranet, teléfono. Para todos resulta más eficiente buscarme por esos medios que recorrer esos 30 metros. Pero así como me comunico internamente por la red, también lo hago con nuestros proveedores en China, cuyo papel está creciendo en nuestra cadena de producción. La comunicación fluye con China, que está a miles de kilómetros, con igual facilidad que la que sostengo con mis colaboradores que están a sólo 30 metros.

De igual manera pasa con colegas en España. Las distancias se han vuelto cada vez más insignificantes. Por otro lado, al surgir el libro electrónico, y con él el mercado internacional, el interés de todos los países por dar a conocer su producción literaria ha ido en aumento, al igual que sus necesidades de traducción técnica, comercial y legal. Es allí donde veo y vivo la ampliación de oportunidades para los traductores. En 2007 iniciamos una colección de literatura coreana, que ya cuenta con 14 títulos publicados. El proyecto surgió a raíz de una conferencia que di en Corea en el marco de un encuentro internacional con colegas de Rusia, China y Alemania, entre otros. Corea había permanecido enclaustrada desde el punto de vista cultural, pese a su exponencial crecimiento económico. Oprimida en medio de dos grandes potencias culturales, China y Japón, su cultura no había podido darse a conocer fuera de sus fronteras pese a la enorme calidad que le es inherente. Eso mismo que sucedió con Corea ha venido dándose en muchos otros confines. La literatura, la cultura, ya no dependen de costosos medios de transporte para llegar a otros países. Los medios de difusión están en la red. Y es en la red, con sus enormes potenciales, donde radica el futuro promisorio de autores, traductores y editores.

Cuando me dedicaba prioritariamente a la traducción, época en que estudiaba en El Colegio de México y fundamos la Asociación de Traductores Profesionales (ATP), conseguir trabajo digno era un gran problema. Teníamos que tocar de puerta en puerta, o esperar que la recomendación diera frutos y tocaran a la nuestra. Hoy eso ha cambiado. Tocar a otras puertas o dar a conocer las nuestras para que lleguen a ellas depende de nuestras habilidades para navegar en la red. No sólo supone esto el manejo de Facebook y Twitter como herramientas de vinculación profesional, sino también descubrir aquellas otras que están abiertas y a nuestra disposición, como Amazon que, en su página para editores, ofrece los vínculos para encontrar traductores idóneos para los proyectos. Con esa idea, por cierto, impulsé años atrás una red gratuita para la vinculación profesional de traductores. Se trata dewww.traduceme.org, con ya casi 200 integrantes, a las que los invito a incorporarse. Ese tipo de redes pueden marcar una diferencia si uno las sabe usar. Pero para eso hace falta, a veces, capacitación.

No obstante, también hay retos. Así como treinta años antes los traductores tuvieron que aprender a usar una computadora, hoy tendrán que aprender a programar en html, a convertir archivos a ePub para subirlos a Amazon, iBooks, Barnes&Noble, etc., y adquirir otras pericias. Porque entre más amplias sean sus habilidades, mayor será su mercado y sus oportunidades. Cuando estoy frente a mis alumnos en materia de edición electrónica, trato de explicarles cómo, en un futuro muy próximo, ellos mismos podrían impulsar proyectos editoriales sin depender de una empresa propiamente. La autoedición es algo que está avanzando a pasos acelerados. Los editores independientes tendrán cada vez más oportunidades y las grandes editoriales deberán competir con nuevas herramientas en un mercado más amplio y más complejo. Los traductores tienen allí, en mi opinión, una oportunidad de oro. Si adquieren las habilidades necesarias, que no están tan alejadas de su universo de competencias como algunos podrían creer, no dudo de que se desempeñarán en una suerte de dualidad profesional: la del traductor-editor. Modestamente, podría ser ejemplo de esto. Soy egresado de El Colegio de México y mi primera profesión fue la traducción.

Las bases que el traductor adquiere son tan sólidas, en algunos casos, que adquirir conocimientos complementarios que los hagan saltar a otros terrenos no es impensable. El editor buscará cada vez más una solución multidisciplinaria. Los tiempos son cada vez más cortos y recurrir a proveedores diferentes para cada proceso es, en ocasiones, inviable. Traducir obras interactivas requiere la comprensión de los recursos técnicos de la interactividad electrónica. Y poco a poco iremos viendo el aumento de la migración de la edición del texto lineal al interactivo.

Pero hay otros aspectos que impactan ya la labor del traductor en el ámbito editorial. Hasta ahora estábamos acostumbrados a manejar un corpus relativamente reducido y contábamos con obras referenciales, es decir, diccionarios y enciclopedias, que determinaban supuestos usos y significados. Internet cambió por completo ese escenario. Hoy, los diccionarios sólo comprenden una mínima parte del corpus realmente existente, y la comunicación global hace que el uso creativo de la lengua avance como nunca antes. En ese sentido, un traductor hoy en día enfrenta retos inéditos en materia terminológica.

Mientras, la traducción computacional avanza a paso nada desdeñable con enormes ventajas: la incorporación del corpus prácticamente total y en tiempo real de las lenguas vivas. Una interrogante es qué sucederá en los años venideros conforme avance la migración del libro hacia el soporte electrónico y cómo enfrentarán los editores la relativa carencia de traductores frente a la necesidad que tendrán de traducir. En ese sentido, la traducción automática, de ser una opción, se convertirá en una verdadera necesidad. Creo que a este aspecto de la vinculación edición-traducción se le debe dar cada vez mayor importancia. Al traductor podría, de otra manera, acontecerle lo que ya le está sucediendo a muchos editores; es decir, que para cuando acepten la viabilidad de un cambio real de paradigmas para muchos sea relativamente tarde.

En suma: ¡qué época tan maravillosa nos tocó vivir! En tan sólo unas décadas algunos hemos sido testigos de grandes cambios que nos han obligado a reaprender. Y hoy de eso se trata. De revisar una y otra vez nuestros conocimientos. Al egresar de una carrera, como la de traducción, sin lugar a dudas no contamos sino con la barca. Nos falta aprender a remar, a ubicarnos en el cosmos, a encontrar la ruta. En el pasado remamos casi a ciegas. Hoy tenemos un sinfín de herramientas para sobrevivir per saecula saeculorum en esta Torre de Babel
Alejandro Zenker

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El traductor

Hola colegas, reproduzco esta nota, que escribió Gabriel Paz en el Informador; tomada de http://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.mx/. Éste explica, mediante diversos ejemplos reales, diferentes formas en que es recibido por el autor original, la traducción a una lengua extraña.

Saludos cordiales,
Jorge Pérez Arteaga

En diciembre de 2010,Gabriel Paz publicó en El Informador, de Guadalajara (Jalisco), la siguiente columna, que se reproduce a continuación.

El traductor

Acaban de regálarme un libro de Gabriel García Márquez, La Mala Hora –traducido al francés–. ¡Qué sorpresa! Es tal la fama de este escritor que le traducirán todos sus libros a todos los idiomas. No cabe duda.

Pero yo me pregunto si a todos los lectores les interesara introducirse en los problemas de un pueblo lejano, colombiano, pobre, algo raro en cuyas líneas suele aparecer el nombre de Macondo, famoso en Cien años de soledad. Este de La Mala Hora ha de ser muy difícil de digerir para un francés.

Pero ahí lo tengo y me río de sus líos y raros personajes y hasta de sus palabras mal sonantes y mal olientes.

El trabajo de un buen traductor no es fácil, pues tiene que sentir, al hacer su tarea, como sintió el autor al contarnos su historia.

Lo primero que anoto es que al traductor le paguen bien. No sé cómo andará hoy esto de los pagos.

En mis primeros días de vivir en México también le di al trabajo de traducir del inglés y del francés, pero, ¡qué mal pagaban!

Ahora tengo una nieta inglesa que en Londres ha estudiado la carrera de traducción, allí esto es muy serio, varios años y uno de práctica en un país de habla española, puesto que ella habla español e inglés perfectamente y, entre sus largas tareas tradujo uno de mis libros mis libros- ¡Que honor! Un amigo portugués me tradujo otro a su idioma. Lo curioso es que cuando abro las páginas de estos libros y me encuentro con mis personajes hablando otra lengua, tardo en reconocerlos. Me parecen otros.

Cuentan que las primeras líneas de El Quijote ("En un lugar de la Mancha...) tiene varias traducciones en inglés, con distintas palabras aunque digan lo mismo.

Y seguro es que la misma aventura sucede al pasar esta obra maestra a otras lenguas. O sea que el traductor ha de empaparse muy bien de lo que el autor desea decir.

Cuentan también que una obra de Salvador de Madariaga fue traducida al inglés y así llego a la Argentina. Un editor vio el libro en inglés y decidió que lo tradujeran al español.

Tal traducción llegó a manos del autor y trató de leerla y en seguida dijo… “Esto no lo he escrito yo”.

No sé si este libro de La Mala Hora de García Márquez estará traducido con propiedad, el caso es que me resulta un tanto aburrido.

Ignoro cuanto le habrán pagado al traductor por su trabajo, lo cual es muy importante. 

martes, 24 de septiembre de 2013

Manifiesto por una soberanía idiomática de Argentina y América Latina

Nos llega desde Argentina, vía Silvia Senz Bueno, el siguiente Manifiesto por una soberanía idiomática de Argentina y América Latina, publicado en Página 12, en el que se repasan y explican mecanismos y personajes de la apropiación de nuestra lengua por parte de instancias españolas.

Como hemos visto por muchos artículos, en Argentina hay una actitud militante contra estas posturas colonialistas mediante la lengua. Pueden encontrar muchísimas notas al respecto en el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, a cargo de Jorge Fondebrider (http://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.mx/), así como en el de Eduardo Kragelund (http://kragelundonlinerae.blogspot.com.ar/), que tiene una sección llamada "Me tenés podrido, me tenés", dedicada a sacarle los trapitos al sol a la RAE.

¿Qué posturas o actitudes tenemos en México acerca de este asunto?

Por una soberanía idiomática

Tomado de Página 12 en línea, 17 de septiembre de 2013

Escritores, intelectuales y académicos, entre otros, plantean “la necesidad perentoria de establecer una corriente de acción latinoamericana que recoja la pregunta por la soberanía lingüística como pregunta crucial de la época”. Proponen la creación de un Instituto Borges y la apertura de un foro de debate en el Museo del Libro y de la Lengua.

I

El lema actual de la Real Academia Española (RAE) es “Unidad en la diversidad”. Lejos del purista “Limpia, fija y da esplendor”, el de hoy anuncia la mirada globalizadora sobre el conjunto del área idiomática. Podría entenderse como enunciado referido al carácter pluricéntrico del español, pero como al mismo tiempo la RAE define políticas explícitas en la conformación de diccionarios, gramáticas y ortografías, el matiz de “diversidad” que propone termina perdiéndose en el marco de decisiones normativas y reguladoras que responden a su tradicional espíritu centralista. Las instituciones de la lengua son globalizadoras cuando piensan el mercado y monárquicas cuando tratan la norma. La noción pluricéntrica, entendida en sentido estricto (diversos centros no sometidos a autoridad hegemónica), queda cabalmente desmentida entre otros ejemplos por el Diccionario Panhispánico de Dudas (2005), en el que el 70 por ciento de los “errores” que se sancionan corresponde a usos americanos. El mito de que el español es una lengua en peligro cuya unidad debe ser preservada ha venido justificando la ideología estandarizadora, que supone una única opción legítima entre las que ofrece el mundo hispanohablante.

En la tradición del pensamiento argentino esto se ha debatido profusamente. Desde la intervención de Sarmiento sobre la necesaria reforma ortográfica hasta la afirmación del matiz en Borges, la condición americana de nuestra lengua no estuvo exenta de querellas. Para los hombres del siglo XIX, se trataba de sacudir la condición colonial de esa herencia y por ello emprendieron la búsqueda de formas atravesadas por otros idiomas. Pero si coquetearon con el francés, se asustaron con el cocoliche, y aún más con la idea de que la diferencia provenía de los diversos mestizajes y contactos con el mundo indígena. Las discusiones sobre la lengua fueron discusiones sobre la nación. Durante el siglo XX, los debates sobre la lengua también fueron en gran medida debates sobre las instituciones y sobre el papel del Estado nacional. La emergencia de voces que propugnaban por una “soberanía idiomática” tuvo un momento de condensación cuando el gobierno peronista enunció, en 1952, el objetivo de crear una Academia Nacional de la Lengua para que produjera instrumentos lingüísticos propios. Cuestionaba, así, a las academias normativas existentes, en particular a la Real Academia Española.

Son y no son nuestros debates. En este momento, la crítica a España no debería abrir posiciones de retorno a esos énfasis nacionales. Que por un lado creían en las nuevas amalgamas y por otro tendían a borrar toda diferencia interna, negando, para ser nacionales, la heterogeneidad étnica y cultural de las poblaciones habitantes del territorio. Nuestra contemporaneidad, signada por intentos novedosos de integración sudamericana, en la que por primera vez la región se ha dado instituciones políticas de articulación (el Mercosur, la Unasur, el ALBA) abre una perspectiva fundamental: la de considerar la cuestión de la lengua a nivel regional, como dimensión de esos procesos en los que frente a la globalización mercantil se forja una alianza entre los países de la región.

Una región en la que hay dos lenguas mayoritarias, el portugués y el español, y lenguas indígenas que trascienden las fronteras nacionales, como el quechua, el mapuche, el guaraní, merece políticas de integración y comunicación, apostando al bilingüismo y al reconocimiento de lo plural y cambiante en los idiomas. La lengua es el campo de una experiencia y la condición para la constitución de sujetos políticos y, a la vez, una fuerza productiva.

II

Valoración política de la heterogeneidad más que festejo mercantil de la diversidad. Eso reclamamos. No sólo en lo que hace a territorios nacionales en los que coexisten lenguas indígenas y lenguas migratorias. También afirmación de la heterogeneidad en los usos literarios y expresivos. La idea de un “castellano neutro”, usada en los medios de comunicación y en algunos tramos de la legislación, termina situando una variedad –en general la culta de las ciudades– en ese lugar sin comprender su propia condición relativa y arbitraria. En la oralidad borra las diferencias regionales y en la escritura funciona como llamado a un aplanamiento de la capacidad expresiva en nombre de la comunicación instrumental.

Allí funciona, como es posible ver en las industrias editoriales y en los medios de comunicación, una estrategia de mercado que no supone menos homogeneización y supresión de las diferencias que las viejas instituciones estatales y sus controles disciplinarios. La integración latinoamericana, como horizonte necesario de las políticas nacionales, supone una conjunción de esas heterogeneidades y no su olvido en nombre de una globalización sin asperezas ni rugosidades.

Así como hay discusiones en curso sobre los medios y sobre la Justicia, creemos necesario constituir un foro sobre las cuestiones que hacen a las políticas de la lengua. No es necesario abundar sobre esa dimensión, pero sí enunciar algunos ejemplos: las industrias audiovisuales no pueden pensarse, tal como se hace visible con la ley del doblaje, sin decisiones sobre la lengua o sólo con la idea de trabajo nacional o desarrollo propio; las estrategias educativas centradas en la distribución de herramientas tecnológicas no pueden completar su tarea sin la consideración de los contextos lingüísticos de su aplicación; la literatura no puede desligarse de la consideración social de la lengua que hablamos y tampoco de la situación del mundo editorial, ligado de múltiples modos con los mercados internacionales. Todos estos fenómenos tienen varias dimensiones: la material, económica, empresarial, laboral y la que hace a la fundación cultural. No pueden verse como disyuntivas tenaces, a elegir entre cosmopolitismos entreguistas y defensas soberanistas, sino como la oportunidad única, para América latina, de recrear sus modos de integrarse y diferenciarse.

III

En marzo de 1991, el gobierno de Felipe González, con explícito auspicio de la corona española, creó el Instituto Cervantes, situándolo en principio como dependencia del Ministerio de Asuntos Exteriores. La fecha y la iniciativa de gobierno no son en nada ajenas al proceso político de rápida integración europea en el que en ese período, entre mediados de la década del ’80 y la década del ’90, se encontraba España, obligada entonces a poner en línea con la Unión no sólo los índices de regulación fiscal y un conjunto de estrategias económicas para ingresar plenamente al mercado común europeo, sino también sus políticas de administración pública, educativas y culturales. Es en el marco general de esas reformas que el gobierno español asume la determinación de proyectar institucionalmente la lengua, entendiéndola como bien estratégico. Se inscribe así en una larga tradición europea que arranca en Francia en el siglo XIX. La Alliance Française, que según las mediciones estadísticas de la Unión, se promociona actualmente como la organización cultural más grande del mundo, fue creada en 1883, por un comité de notables entre los que se encontraban Louis Pasteur, Ernest Renan, Jules Verne, el ingeniero Ferdinand Lesseps y el editor Armand Colin. El propósito de la institución, equivalente del tardío Instituto Cervantes, fue también el de difundir la lengua y la cultura francesas en el mundo. Hacia fines del siglo XIX, este objetivo enlaza evidentemente con las políticas de expansión y reparto de zonas de influencia de las potencias imperiales europeas. A cuenta del ingeniero Lesseps no sólo hay que poner esa iniciativa “cultural”, también la construcción del canal de Panamá y del canal de Suez (el uno indispensable conexión oceánica para las nuevas configuraciones del mercado mundial y el otro pieza fundamental de la política imperial francesa); y de su discípulo Alfred Ebélot, la construcción argentina de la zanja de Alsina, foso fronterizo con el mundo indio. La Società Dante Ali-ghieri se funda en 1889, su primera zona fuerte de influencia se sitúa en el norte de Africa. Y ya en el siglo XX, el British Council y las asociaciones de cultura inglesa y en la reconstrucción alemana de posguerra (1951) el Goethe Institut. En los últimos años, en un contexto bien diferente, se fundaron el Instituto Confucio (China) y el Camoes (Portugal), al tiempo que Brasil proyecta su Instituto Machado.

Esta brevísima descripción de los organismos europeos creados para la difusión de sus lenguas centrales, vinculados en general con perspectivas diplomáticas y de política exterior, apunta a señalar que fueron inicialmente concebidos como instrumentos de asociación entre el valor “comunicacional” de la lengua y el sistema de expansión y aclimatación de la economía mundial en el período. La lengua queda así principalmente comprometida en su rasgo instrumental, como dispositivo técnico de penetración económica por una parte, y a la vez como fórmula de colonización y propagación cultural. No muy distinto es el caso del Instituto Cervantes. Adaptado a las exigencias de la integración española a Europa en el auge de la globalización, se propuso sin embargo y desde el comienzo como apéndice de una articulación mayor y específica con la vieja institución reguladora de la lengua, la Real Academia, y sus sedes y correspondientes americanas. El Cervantes se define así en un doble escenario funcional: instrumento de promoción de la enseñanza del español y de divulgación cultural en países y regiones no hispanohablantes, e institución de apoyo a las políticas reguladoras y normativas de la lengua en países de habla hispana. Esta doble función la distingue del resto de los organismos europeos equivalentes. La Academia Francesa o la italiana (Accademia della Crusca) no buscan imponer significativamente formas normativas a través de la Alliance o la Dante; y en el contexto anglófono, como se sabe, no hay institución que rija las mutaciones y variedades de la lengua inglesa. En esos años, los ’90, el Cervantes se asume como correlato y “avanzada” del intenso crecimiento de los negocios españoles en Sudamérica (privatización de las comunicaciones, de la energía y del transporte, fuerte penetración de la banca, etc.). Por su parte, y ya a partir de la década anterior, las industrias culturales españolas comienzan a proyectarse como un campo de profuso rendimiento. La industria editorial, entonces fuertemente subsidiada por el Estado español, fue esbozándose como cifra hegemónica en la región idiomática y beneficiaria de los bruscos procesos de concentración del sector. Desde entonces, el Instituto Cervantes ha sido y es una pieza decisiva en la construcción de la “marca” España. La palabra “marca”, con la que el Instituto Cervantes y sus organismos satélites tienden a identificarse, y referida para nombrar los desplazamientos de mercado, las astucias y fetichismos de la publicidad, constituye una huella histórica evidente del papel que viene asignándose a la lengua.

IV

La lengua no es un negocio, pero a menudo se la trata como tal, y entre algunas corporaciones españolas, por ejemplo, cunde la metáfora de compararla con el petróleo. España no tiene crudo, se dice, pero perforando en sus yacimientos brotó a borbotones el idioma español, que terminó por arrojar más y mejores réditos. Pero las perforaciones no se hacían sólo en Madrid, también en Medellín, en Lima, en Santiago, en Buenos Aires; en materia idiomática, España siempre sintió que se trataba de “sus” yacimientos, pues no se cansa de decir que se trata de un “bien común” e “invaluable”, y que por eso es ella la que se encarga de comercializarlo en el resto del mundo. El patrimonio es compartido, pero la destilación es extranjera.

Para dimensionar la realidad petrolífera de la lengua citaremos sólo algunos datos que surgen del Informe 2012 del Instituto Cervantes: más de 495 millones de personas hablan español. Es la segunda lengua del mundo por número de hablantes y el segundo idioma de comunicación internacional. En 2030, el 7,5 por ciento de la población mundial será hispanohablante (un total de 535 millones de personas). Para entonces, sólo el chino superará al español como lengua con un mayor número de hablantes nativos. Dentro de tres o cuatro generaciones, el 10 por ciento de la población mundial se entenderá en español. En 2050, Estados Unidos será el primer país hispanohablante del mundo. Unos 18 millones de alumnos estudian español como lengua extranjera. Las empresas editoriales españolas tienen 162 filiales en el mundo repartidas en 28 países, más del 80 por ciento en Iberoamérica, lo que demuestra la importancia de la lengua común a la hora de invertir en terceros países. Norteamérica (México, Estados Unidos y Canadá) y España suman el 78 por ciento del poder de compra de los hispanohablantes. El español es la tercera lengua más utilizada en la red. La penetración de Internet en la Argentina es la mayor entre los países hispanohablantes y ha superado por primera vez a la de España. La demanda de documentos en español es la cuarta en importancia entre las lenguas del mundo.

Otro dato final, que no consta en el Informe: el 90 por ciento del idioma español se habla en América, pero ese 90 acata, con más o menos resistencia, las directivas que se articulan en España, donde lo habla menos del 10 por ciento restante. Estos números bastan para comprender el interés en discutir los destinos de la lengua: sus usos, su comercialización, su forma de ser enseñada en el mundo. Si fuera sólo un asunto económico no tendría relevancia el tema, pero afecta a las democracias, a la integración regional, a la soberanía cultural de las naciones.

Pretendemos evidenciar esta realidad, no para crear un frente común contra España, a la que no consideramos nuestra enemiga. El problema es el monopolio, la utilización mercantil de la lengua y la consiguiente amenaza cultural que supone imponer el dominio de una variedad idiomática. España no es el enemigo, pero no solapamos la necesaria polémica que debemos establecer con sus órganos de difusión y comercialización de la lengua. Cuando el rey Juan Carlos le dice al nuevo director del Instituto Cervantes y ex presidente de la Real Academia: “¡Ocúpese de América!”, nosotros conocemos bien la naturaleza profunda de esa ocupación.

España, por lo demás, tiene todo el derecho del mundo a tener una política de Estado en relación con la lengua; lo insólito es que nuestro país no la tenga, cediéndole el “derecho a disfrutar bienes ajenos con la obligación de conservarlos, salvo que la ley autorice otra cosa”, según define “usufructo” el Diccionario de la RAE, al que le rendimos este pequeño tributo, apelando a sus propias definiciones.

V

El Cervantes, organismos como Fundéu (Fundación para el Español Urgente), y las expresiones y acuerdos de colaboración con las Academias Nacionales de la lengua, suelen indicar explícitamente el patrocinio de empresas e instituciones que las promueven: Iberia, BBVA, Banco Santander, Repsol, RTV, Agencia EFE, CNN en español, etc. Los efectos de esta ofensiva de dominio sobre la lengua son vastísimos y de compleja delimitación. Nos interesa destacar aquí, preliminarmente, el modo en que se han ido obstaculizando las vías de comunicación, encuentro e intercambio latinoamericano. Las corporaciones de medios y los monopolios editoriales en combinación con las instituciones y organismos de control de la lengua produjeron un creciente aislamiento cultural entre nuestros países, sólo revisado en el plano político, social y económico por los proyectos de integración regional (Unasur, Mercosur, ALBA), pero no suficientemente interrogado en el plano cultural. Hasta la década del ’70, en el período inmediatamente anterior a la generalización de modelos dictatoriales de gobierno en la región, la literatura latinoamericana produjo, al margen del llamado “boom”, acontecimientos relevantes de cruce e interrelación. Acontecimientos cuya medida no atañe meramente a los mecanismos editoriales de distribución o comercialización del libro, sino al campo de la lengua misma, a sus procedimientos y construcciones poéticas. Los lectores argentinos, no requeridos de esa abstracción de mercado que se presenta bajo la fórmula “español neutro”, incorporaron sin dificultad el conjunto de variedades de la lengua e inversamente el idioma de los argentinos fue asimismo recibido y conjugado por lectores mexicanos, cubanos, peruanos, chilenos o colombianos.

Aunque se trata de una especulación no del todo comprobable, si es cierto que la neutralidad que ahora persiguen las grandes corporaciones editoriales reporta mayores ganancias, es a la vez indudable que pone en funcionamiento un mecanismo de abierto empobrecimiento de la lengua. El programa de uniformización que está en curso es el correlato concluyente de la naturaleza general normativa y de las corrientes totalizadoras de esta etapa del capitalismo. Aun a pesar de sus pronunciamientos y sermones democratistas, el espíritu neoliberal procede de una difusa raíz totalitaria. Si conocimos sobradamente la bestialización económica del programa, sus efectos destructivos de vaciamiento político institucional y los daños generales causados sobre el tejido social, no menos preocupante, aunque de verificación más opaca, resulta el impacto que esa lógica impuso e impone sobre la lengua. Como en la parábola de la “carta robada”: sus alcances están a la vista y a la vez ocultos.

Lo que es cierto respecto del control corporativo de los medios de comunicación lo es también en el campo de la producción cultural, en el sector editorial, en el audiovisual, en la historia literaria reciente, en la traducción, en la enseñanza del español como lengua extranjera o en el amplísimo terreno de la educación pública. Por una parte enfrentamos la tarea de nombrar los efectos de estas políticas de la lengua, pero también, y sobre todo en condiciones de amenaza latente de restauración neoliberal, la necesidad perentoria de establecer una corriente de acción latinoamericana que recoja la pregunta por la soberanía lingüística como pregunta crucial de la época.

VI

Es tiempo, creemos, de sostener el camino de una lengua cosmopolita, a la vez, nacional y regional. Nuestro español, pleno de variedades, modificado en tierras americanas por el contacto con las lenguas indígenas, africanas y de las migraciones europeas, nunca fue un localismo provinciano. Fue lenguaraz y no custodio, es experiencia del contacto y no afirmación purista. Al menos, el que sostenemos como propio. En América latina se han macerado grandes escrituras al amparo de esa búsqueda: desde el ensayismo del peruano José Carlos Mariátegui, que pensaba que una cultura nacional surgía de la doble apelación al cosmopolitismo y al indigenismo, hasta la antropología del brasileño Gilberto Freyre, que vio en el portugués del Brasil una creación de los esclavos africanos. Pero también desde la lengua mixta y tensa de José María Arguedas, lengua que problematiza la herencia colonial, o el barroco americano de Lezama, definido como lengua de contraconquista, hasta la precisa intervención borgeana. Porque Borges, cuyo peso y búsquedas en estas discusiones son innegables, fue quien marcó el camino de una inscripción profundamente argentina de la lengua literaria y a la vez la desplegó como español universal.

Borges es el Cervantes del siglo XX: ésto es, el renovador mayor de la lengua, no sólo para su país natal sino para el conjunto de los hispanohablantes. Si en los años veinte buscó en la sonoridad de la criolledá la expresión idiomática propia, una década después descubría que no se trata de color local: que la lengua estaba en un tono, una respiración, una andadura. Lo hizo de modos polémicos y no poco cuestionables, como su carácter antiplebeyo y sus derivas conservadoras. Pero es el momento de recuperar, con su nombre, una apuesta que toma la suya como inspiración y al mismo tiempo debe modificarla.

Una apuesta, dijimos, a generar un estado de sensibilidad respecto de la lengua, que no se restrinja a una reflexión académica sino que enfatice sobre su dimensión política y cultural, y que se proyecte sobre las grandes batallas contemporáneas alrededor de las hegemonías comunicacionales y la democratización de la palabra. Una apuesta que por ahora imaginamos doble: la constitución de un foro de debates en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional y el impulso a la creación de un Instituto Borges: un ámbito desde el cual producir una composición latinoamericana de estas cuestiones. Una institución que lleve este nombre, como episodio argentino de una política encaminada a la creación de una Asociación Latinoamericana de la lengua, forzosamente deberá considerar su acto de fundación también como un acontecimiento de la lengua, portador de su memoria viva, de su pasado escurridizo y de las adquisiciones que obtiene y puede perder en su camino. Un Instituto Borges puede ser una institución con sus actos de reunión y reconocimiento, pero también una inflexión para mantener la vida propia del horizonte lenguaraz en el que vivimos.


* Irene Agoff / Susana Aguad / Jorge Alemán / Fernando Alfón / Germán Alvarez / María Teresa Andruetto / Julián Axat / Martín Baigorria / Cristina Banegas / Silvia Battle / Diana Bellessi / Gabriel Bellomo / Carlos Bernatek / Emilio Bernini / Esteban Bértola / María del Carmen Bianchi / Alejandra Birgin / Esteban Bitesnik / Jorge Boccanera / Martín Bonavetti / Karina Bonifatti / José Luis Brés Palacio / Cecilia Calandria / Marcelo Campagno / Arturo Carrera / Albertina Carri / José Castorina / Gisela Catanzaro / Diego Caramés / Carlos Catuogno / Sara Cohen / Vanina Colagiovanni / Hugo Correa Luna / Américo Cristófalo / Sergio Chejfec / Gloria Chicote / Luis Chitarroni / Guillermo David / Oscar del Barco / Silvia Delfino / José del Valle / Marta Dillon / Ariel Dilon / Gabriel D’Iorio / Angela Di Tullio / Nora Domínguez / Víctor Ducrot / Juan Bautista Duizeide / María Encabo / Andrés Erenhaus / Vanina Escales / Ximena Espeche / Liria Evangelista / José Pablo Feinmann / Javier Fernández Míguez / Alejandro Fernández Moujan / Christian Ferrer / Gustavo Ferreyra / Ricardo Forster / Daniel Freidemberg / Silvina Friera / Mariana Gainza / Leila Gándara / Germán García / Gabriela García Cedro / Marieta Gargatagli / Laura Gavilán / Juan Gelman / Juan Giani / Horacio González / Mara Glozman / Ezequiel Grimson / Luis Gusmán / Liliana Heer / Sebastián Hernáiz / Liliana Herrero / Flora Hillert / Walter Ianelli / Cecilia Incarnato / Pablo Ingberg / Ezequiel Ipar / María Iribarren / Estela Jajam / Noé Jitrik / Mario Juliano / Lisandro Kahan / Tamara Kamenszain / Pedro Karczmarcyck / Mauricio Kartun / Alejandro Kaufman / Guillermo Korn / Laura Kornfeld / Daniel Krupa / Inés Kuguel / Gabriela Krickeberg / Juan Manuel Lacalle / Alicia Lamas / Ernesto Lamas / Daniela Lauría / Juan Laxagueborde / Daniel Link / Miguel Loeb / María Pía López / Javier Lorca / Federico Lorenz / Silvia Llomovate / Jorge Lovizolo / Silvia Maldonado / Ricardo Maliandi / Anahí Mallol / Margarita Martínez / Silvio Mattoni / Nora Maziotti / Ana Mazzoni / Juan Molina y Vedia / Graciela Morgade / Mariana Moyano / Vicente Muleiro / Daniel Mundo / Carolina Muzi / Gustavo Nahmías / Viviana Norman / Celia Nusimovich / Dante Palma / Cecilia Palmeiro / Fernando Peirone / Quique Pesoa / Ricardo Piglia / Pablo Pineau / Agustín Prestifilippo / Nicolás Prividera / Mercedes Pujalte / Alejandro Raiter / Carolina Ramallo / Gabriel Reches / Roberto Retamoso / Eduardo Rinesi / Matías Rodeiro / Martín Rodríguez / Emilio Rollié / Laura Rosato / Eduardo Rubinschik / Alejandro Rubio / Andrés Saab / Guillermo Saavedra / Florencia Saintout / Juan Sasturain / Silvia Scharzböck / Silvia Senz Bueno / Perla Sneh / Ricardo Soca / Isabel Steimberg / Eduardo Stupía / Daniel Suárez / Ximena Talento / Diego Tatián / Marcelo Topuzian / Javier Trímboli / Hugo Trinchero / Washington Uranga / Lía Varela / María Celia Vázquez / Miguel Vedda / Aníbal Viguera / Miguel Vitagliano / Adriana Yoel / Patricio Zunini.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Amar en lengua extranjera, por Omar Genovese

Colegas,

desde Buenos Aires nos llega este artículo, en el que Omar Genovese recoge miradas de muchos traductores del otro hemisferio, incluida la experiencia de cómo se formó el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, una importante fuente de inspiración del Círculo de Traductores. Saludos a todos los colegas de aquí y de allá...

Amar en lengua extranjera

Fue George Steiner quien sostuvo que traducir literatura es pagar una deuda afectiva. Por ello, explorar los vericuetos de la traslación del sentido es algo más que una tradición argentina: invitación al encuentro.

Por Omar Genovese | 22/09/2013 | 07:30
en Perfil.com / Cultura
http://www.perfil.com/cultura/Amar-en-lengua-extranjera-20130922-0071.html



El fenómeno cultural que significa la llegada de voces ajenas a nuestra lengua (traducción) es tan relevante como la partida de voces de nuestra humilde llanura a otras regiones (extraducción): en el intercambio, que sigue siendo desigual, existe un efecto de enriquecimiento, de amplitud en la diversidad, tanto para el lector como para los escritores. Los traductores parecen invisibles, a la sombra de una obra reconocida o de un movimiento abrumador del mercado editorial, pero son parte responsable y fundamental: sin ellos el mecanismo dejaría de funcionar. Esto tampoco es ajeno a la tecnología; se están desarrollando programas de traducción automática a la par de los de escritura (Gonzalo León planteó semejante desafío en este suplemento el 17 de abril pasado, en su nota “La revolución de los libros escritos por computadoras”). Pero hay algo ahí, en la actividad del traductor, que le es propio, que subraya la imposibilidad de reducir y sistematizar la percepción humana.

¿Cuáles son las dificultades más recurrentes en la traducción literaria? Para Mariano Dupont (traduce del francés, inglés e italiano): “...lograr transponer a la lengua destino lo que el texto original le hace a la lengua fuente”. En el mismo tono, Gonzalo Aguilar (traductor del portugués), advierte: “...hay una cercanía entre los idiomas que puede resultar engañosa. A la vez, la sintaxis es muy diferente y eso plantea una gran dificultad. Para mí, un buen traductor debe ser, antes que nada, un buen escritor; si no, por más que sepa de idiomas, nunca podrá hacer una buena traducción”. Mientras que para Carla Imbrogno, quien traduce del alemán, “se trata de sentir el pulso del autor, escucharlo respirar e imaginar lo que él veía mientras escribía el original en cuestión: leer. Y después, reescribir”. Escritores velados en el pasaje de las lenguas, una tarea meticulosa que requiere del sutil manejo de la crítica, del pulso en la lectura de una obra, para superar la trampa de transferir significados.

Vayamos a lo concreto en este oficio que enfrenta tantas dificultades: ¿qué escritor o texto resultó el más complejo al traducir? Para Laura Wittner, que traduce del inglés, “fue particularmente arduo traducir la novela Hermosos perdedores de Leonard Cohen, porque es una especie de canción, poema, rezo intrincadísimo hecho de las más disímiles referencias, donde se funden citas sin declarar con citas propias pero modificadas, inalcanzables subjetividades con datos históricos inverosímiles pero documentados, personajes perfectamente desarrollados con apariciones desconcertantes aunque siempre pertinentes”. Aguilar agrega su experiencia: “El año pasado, Damián Tabarovsky me pidió que tradujera A trombeta do anjo vingador para Mardulce. Aunque no soy un traductor profesional, después de Guimarães creí que ningún autor en portugués me estaba vedado. Pero fue un error, porque en Guimarães contaba con una abundante bibliografía crítica y hasta hay un Léxico de Guimarães hecho por Nilce Sant’Anna Martins que contiene casi ocho mil palabras. Con Trevisan estaba en el aire. Su arte de la elipsis es tan sofisticado que a medida que traducía pensaba: ‘Van a decir que el traductor tiene la culpa de que el texto sea ilegible’. Ahí estaba una de las peores tentaciones del traductor: hacer el texto comprensible, explicarlo, glosarlo”.

Para Oliverio Coelho, que cotraduce del coreano: “Trabajo con algunos traductores coreanos nativos, a quienes les falta conocer el interior del idioma hacia el cual traducen. Esto se debe a que son muy pocos los hispanohablantes que se dedican a traducir. Y mi función, entendiendo un poco de coreano, es interpretar el castellano de los traductores y religarlo con el original. Una tarea hermenéutica, se parece también a la tarea de editor”. Pero eso no lo exime de los problemas, como con El hombre gris de Choi In-hun. “Llevamos más de dos años y cada capítulo insume meses de revisiones. Hay que reponer, por intuición, el tono y la poética del autor, desentumecer el idioma y la gramática, porque la traducción fue redactada por alguien para quien el español no es su lengua materna”.

Para Dupont, lo complejo pasó por Céline y su Conversaciones con el profesor Y: “Plantea este desafío: ¿cómo trasponer la profundidad y la riqueza estilísticas del original (la música) sin recurrir a la traducción “de jerga a jerga”? Porque si traducís de jerga a jerga (algo que hace la mayoría de los traductores), lo que terminás haciendo es empobrecer, reducir, restringir y acotar la traducción. Entonces la cosa pasa por abrir el abanico lingüístico, no cerrarlo, y darle profundidad al texto desde la sintaxis, desde la velocidad... Pero sin hacer una traducción complaciente, que busca ‘clientela’, como dice Henri Meschonnic.”

¿Qué libros o autores perdieron su carga estilística y lingüística en la traducción? Señala Imbrogno: “El alemán ofrece la maravillosa posibilidad de unir muchas palabras en una sola. Y esta característica fomenta un vicio del traductor, que es una suerte de pretendida justicia poética: querer dar cuenta en la traducción de todas las imágenes contenidas en una sola del original. Pierde de vista el traductor que el significado de una palabra se modifica inmediatamente por el solo contacto con las otras (como pasa con las personas). La consecuencia es que a veces la traducción termina sobrecargada y hay que desentrañar el sentido de una frase en una jungla de atributos (que en el original sólo son partes de un nombre). Sin ir más lejos, se pueden encontrar ejemplos de esto en algunas traducciones de Nietzsche, Freud o Marx. Pero no digo que sea fácil traducir a estos grandes pensadores”.

Recuerdo un planteamiento del psicoanalista y cineasta Mario Levin, discípulo de Masotta, que encontraba serias diferencias entre las traducciones del francés de los textos de Jacques Lacan porque contenían referencias a la traducción de un Freud que no existía en Buenos Aires, dando lugar a extraños malentendidos y conclusiones. Lecturas de lecturas de lecturas, cada una en su entorno musical. Esto remite a una comparación con las traducciones realizadas en España y a las diferencias con las realizadas en el resto del habla hispana; por caso, Wittner sostiene: “No creo que ‘las traducciones que se realizan en España’ se puedan juzgar en bloque. La dificultad más grande con las traducciones españolas suele estar en la tendencia a usar españolismos, que en la mayoría de los casos son evitables y a los lectores latinoamericanos nos condicionan la percepción del texto. Un ejemplo: las traductoras del hebreo Raquel García Lozano, Ana María Bejarano y Sonia de Pedro, que me han hecho tan disfrutable la lectura de Amos Oz, David Grossman y Abraham Yehoshúa. Bromeo cuando digo que no se les nota la nacionalidad, pero sí afirmo que son muy respetuosas de todos sus posibles lectores”. Para Dupont, el problema de Céline es todo un caso testigo: “En su mayoría, sus traducciones (salvo la de Néstor Sánchez de Muerte a crédito y alguna otra) no se pueden leer. Justamente por esto que digo: están traducidos de jerga a jerga. Y generalmente olvidando el oído”.

Ya es histórica la añoranza por la “época de oro de la traducción argentina” (¿1945-1975?), y no estamos lejos de un resurgir del prestigio de la profesión (ver recuadro “Maestros y notables del oficio”). La crisis en España, la diferencia de tipo de cambio, los planes de fomento de las traducciones de los cuerpos diplomáticos (Alemania, Brasil, Francia), parecen inclinar la demanda hacia nuestro país. Pero no migremos al problema editorial de la elección y la compra de derechos, salvo aclarar que es una “unidad de negocios” que avanza entre los grandes sellos editoriales y los agentes literarios, aumentando el volumen de trabajo pero no mejorando la situación de los traductores respecto del reconocimiento y los derechos de traducción. Según Dupont, “es un trabajo que, por lo general, requiere una especialización enorme, y las tarifas están muy lejos de acercarse a valores más o menos razonables”. Para Imbrogno, existe una leve mejoría: “Creo que hace diez años la situación era mucho peor que ahora. En lo personal advierto interés y reconocimiento crecientes en la tarea de traducir por parte de los editores argentinos.

Fue a fuerza de machacar: uno que machaca mucho es Jorge Fondebrider desde el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires” (ver recuadro). En cambio, Wittner plantea: “Me parece que es valorada por algunos, aunque a un nivel inadmisiblemente simbólico. Que el traductor no tenga derechos sobre su traducción es ya una señal bastante ominosa”. Como corolario está la formación profesional, en palabras de Aguilar: “En la Argentina hay un descuido muy grande en la formación de traductores porque el acento se pone en los idiomas, y lo que define a un buen traductor es que sepa escribir en la lengua de llegada”. Allí es donde aparecen actividades específicas, como “Traducir la imaginación - 1º Taller sobre traducción y edición de literatura infantil y juvenil”, organizado por la Fundación TyPA y la Fundación El Libro, llevado a cabo durante la última Feria del Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires. Y que contó con el apoyo de la Fundación Avina, el Goethe-Institut, la Embajada de Francia, el Programa Opción Libros del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la Casa de Traductores Looren de Suiza.

Es evidente: la profesión sufre los tironeos del mercado y las zonas grises de la legislación vigente. Los traductores literarios están precarizados y, tomando distancia, casi como operadores de telemarketing en otras lenguas, se les valora por la productividad, siendo que su producido depende de una formación intelectual que incluye lecturas literarias, teóricas, críticas, biográficas, históricas, lingüísticas y lexicales, que forman un caudal de conocimientos muy superior al aprendizaje y la asimilación fonética de un idioma. El presente texto abre una serie de inquietudes, como que la circulación de las lenguas no es motivo de xenofobia o nacionalismo pacato (o meramente imbécil); entonces, ¿por qué doblar los filmes? ¿Acaso el sonido original de un diálogo recibirá el mismo énfasis y la misma entonación con un locutor nativo? ¿Reducirán los sueldos de los actores extranjeros porque perderán el derecho sobre su voz en Argentina? ¿George Clooney hablará musitando para facilitar la sincronía del doblaje? Esto es síntoma de cierta decadencia cultural recurrente. Y a pesar de todo, los traductores traducen, escuchan esas voces que en otras expresiones del arte nos son vedadas, y se preocupan para que lleguen nítidas. Hay que preservarlos o agonizamos a oscuras.

RECUADRO
El Club de Traductores Literarios de Buenos Aires
Hace cinco años, Julia Benseñor me pasó el dato de una traducción que ella no podía hacer para una editorial llena de pretensiones. Al cabo de la entrevista, me enteré de la suma miserable que pagaban y de las pésimas condiciones en las que había que realizar el trabajo y volví a Julia. Lleno de indignación le propuse que hiciéramos un Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, como paso previo a algún tipo de asociación que defendiera nuestros intereses. Comenzamos así una serie de reuniones que, con la excusa de discutir problemas de índole técnica, nos permitieran aglutinar a todos aquellos traductores no contenidos ni por el Colegio Público de Traductores ni por la AATI, las dos asociaciones existentes que sólo muy parcialmente tienen que ver con la traducción literaria. Tratándose de una profesión solitaria, lo primero fue descubrir que éramos muchos los mal informados sobre nuestras obligaciones y derechos y que, por puro desamparo, aceptábamos trabajar en los peores términos. Ricardo Ramón nos acogió en el Centro Cultural de España, donde casi desde el inicio nos ofreció la posibilidad de hacer venir traductores de España y de otras partes de Latinoamérica (con quienes ya realizamos tres simposios) y de grabar nuestras reuniones. Eso redundó en la necesidad de un blog diariamente alimentado, donde, además de muchas informaciones y servicios, puede verse cada uno de esos eventos. Por allí pasó todo el mundo: traductores, escritores, científicos, historiadores, críticos, editores y, sobre todo, mucho público joven que hoy sabe cuáles son las tarifas posibles, la necesidad que hay de firmar un contrato que se ajuste a la legislación existente y cómo proceder cuando esas condiciones no se cumplen. A su vez, muchos editores nos consultan sobre contratos y tarifas, lo que ha redundado en mutuo beneficio. Hoy sabemos que nos necesitamos unos a otros. También, quién incumple sus obligaciones y quién estúpidamente no advierte que sin traductores no hay traducciones y, por lo tanto, tampoco libros.

*Jorge Fondebrider, http://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.com.ar

Maestros y notables del oficio
“Cada libro traducido por Marcelo Cohen es una pieza perfecta. Encuentra el castellano ideal para el lector latinoamericano.” Oliverio Coelho

“De los nuestros actuales, me gusta mucho cómo traduce Mirta Rosenberg. De antes y de ahora, admiro y anhelo la audacia de Alberto Girri y Ezequiel Zaidenwerg. Y supongo que la primera que despertó mi admiración y mi curiosidad por el oficio fue Elizabeth Azcona Cranwell con su traducción de los poemas de Dylan Thomas.” Laura Wittner

“En la Argentina hay muy buenos traductores, pero un ejemplo que siempre me deslumbró fue el de Jaime Rest traduciendo En su tinta, de John Lennon. Un ejemplo de audacia, invención, lectura transgresora y divertimento. No entiendo cómo nadie reeditó esa joyita. Tampoco puedo dejar de mencionar a Marcelo Cohen, no sólo por la cantidad de diferentes idiomas de los que traduce sino porque traduce cosas muy buenas.” Gonzalo Aguilar

“De los clásicos, José Bianco, Aurora Bernárdez, Enrique Pezzoni, Patricio y Estela Canto... Y de los que están traduciendo ahora, Hugo Savino, Marcelo Cohen, Martín Adadía, Carlos Gardini, Laura Wittner, Pablo Gianera, Gabriela Adamo, Silvio Mattoni, las traducciones de Guillermo Piro y Florian Von Hoyer de Arno Schmidt.” Mariano Dupont

“El argentino Pablo Gianera me ha deslumbrado por muchas cosas, entre otras, como traductor.” Carla Imbrogno