viernes, 26 de junio de 2015

Errar y traducir

Hoy reproducimos este artículo que nos comparte César Ambriz y que apareció hace ya algunos meses en el especial de traducción de la Revista Síncope. Ojalá que lo disfruten y que les sirva de pausa y reflexión, especialmente si están ya en la obsesiva fase de revisión de algún texto.

Errar es humano, traducir también
por: Alejandro Merlín  




El sentido común dicta que la mala traducción sucede cuando el traductor dice algo que no expresa el texto original. Ojalá fuera tan fácil. Durante mucho tiempo el mayor de mis temores fue equivocarme al traducir. Nada menos que el significado de un texto, escrito por otra persona, es lo que está en juego. Con el tiempo, -y cuanto más pronto mejor- se aprende que aquello que puede entenderse como “error” es mucho más ambiguo y amplio de lo que uno imaginaría. A lo que yo llamaba error era algo muy simple en realidad: sencillamente decir lo contrario de lo que decía el texto que traducía. Sin embargo, entre “decir lo contrario” y “decir casi lo mismo” hay un tramo demasiado extenso. Sobre todo si tomamos en cuenta la mediación del traductor que desdobla la actividad de la escritura y establece una distancia, por pequeña que sea, entre su interpretación del texto, la forma en que lo expresa y la lectura del último lector, su manera de interpretar, ya no el texto original, sino la traducción que ejecuta el traductor.

Si queremos usar metáforas para la traducción yo me quedo con dos. Está el reflejo del espejo que a su vez refleja la imagen real, la pintura de la pintura ola segunda, una imagen más reciente, la fotocopia de la fotocopia de un libro. Es natural que en este proceso la falta de tinta, la poca visibilidad o algunas palabras que parecen otras, puedan considerarse como erratas, como lejanas e ilegibles. A veces la errata de traducción, para el traductor, puede estar en la comprensión del texto; otras veces, en la expresión que eligió para la comprensión de ese texto; algunas otras, las más inusitadas quizás, en la dificultad de sospechar la recepción que tendrá la traducción. De esa índole es una supuesta errata famosa. 

Suele señalarse que un error de traducción de San Jerónimo condenó a Moisés a tener cuernos en sus representaciones pictóricas durante varios siglos. Cuando escuché esta sentencia estuve de acuerdo. Claro, San Jeríónimo se equivocó, Moisés tenía cuernos y eso no tiene sentido. Años después, cuando adopté como remedio al insomnio la costumbre de leer la Biblia antes de dormir, llegué a la parte del Éxodo y me encontré con una nota al pie muy singular.1 Esta traducción de la Biblia, la de Jerusalén, que a mi parecer es una de las obras de traducción más importantes que se han hecho, dice: “Al bajar [Moisés] no sabía que la piel de su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con Yahvé.” Ni siquiera hubiera recordado el famoso error de San Jerónimo si no hubiera sido por la nota que dice que el origen de estos versículos es dudoso, y que refieren una tradición del rostro de Moisés, expresada por el verbo qaram, derivado de qeren, “cuerno”, y que por eso la Vulgata de San Jerónimo expresa una traducción literal: Cornuta esset facies sua (“su rostro tenía cuernos”). Entonces, de no haber sido literal, no habría existido ese error. Resulta importante considerar que San Jerónimo tenía a la mano también los manuscritos en griego, pues conocía mejor el griego que el hebreo. En griego qaram dice dodicastai o dedocastai, que significa “glorificar”. Resulta entonces extraño que haya optado por dejar los cuernos.2
 
San Jerónimo se merece el beneficio de la duda, deberíamos pensar que quiso traducirlo así y no que simplemente se equivocó. Si eligió decir que Moisés bajó del Monte Sinaí con un rostro “cornado”, ¿qué quería decir? ¿Realmente quería que se pensara que eran cuernos como los de un carnero? La nota de esa edición agrega: “estos versículos utilizan esta tradición para describir a Moisés cuando bajó del monte”. A la tradición a la que se refieren es a una representación específica del hombre que ha sido inspirado o ungido por un Dios. San Jerónimo optó por lo que llama la traductología contemporánea una “traducción cultural”. Suponía que los lectores de su traducción iban a entender que descendió con cuernos en el sentido de que había sido iluminado, “glorificado” por la palabra de Yahvé, por eso su rostro “se había vuelto radiante”. Esta referencia cultural, esa intención, podía perderse y tergiversarse con el tiempo y entenderse, tarde o temprano, con otro sentido. Esta sospecha me hizo pensar en las dimensiones de lo que significa equivocarse al traducir. 

La Biblia es un paradigma de la historia de la traducción en nuestra cultura. No sólo implica las lenguas a las que ha sido traducida sino la cantidad y valor histórico de esas traducciones en cada lengua. No he conocido a nadie que ninguneé a otra persona intelectualmente por citar una traducción de la Biblia y no la versión original. Suele decirse: “Usted no puede hablar de Kant porque no sabe alemán”, como si haber estudiado alemán del siglo XXI fuera garantía de leer mejor a Kant. Claro, quien sepa alemán tiene más posibilidades de entenderlo mejor, pero es tanto como decir que sus traducciones en español no ayudan a conocer mejor sus textos. Casi como afirmar que traducir es imposible.

Lutero tradujo el Nuevo Testamento y, como a San Jerónimo, se le acusó de haber sido más que impreciso. De eso nos cuenta en su “Misiva sobre el arte de traducir”.3 Lutero a veces era una persona muy agresiva, quizá demasiado para ser cristiano. Vemos muchas de nuestras discusiones bizantinas descritas bajo su pluma. Jerónimo Emser lo cuestionó, entre otras cosas, sobre la traducción de una palabra del capítulo tercero de los Romanos de Pablo: “sostenemos que el hombre es justificado sin obras de la ley, sólo por la fe”. Al parecer Lutero agregó ese “sólo”, que en latín dice “sine”, que es restrictivo. Parece un énfasis que quiso hacer el traductor. Se le fueron encima porque estaba siendo interpretativo y porque justificaba ligeramente algunas de sus posturas telógicas. Me parece no sólo evidente que Lutero haya hecho eso sino hasta comprensible. Todos los traductores, de alguna manera, somos Lutero. Somos lectores atentos a un texto y asignamos un significado a lo que leemos. Lutero creía en la justificación por la fe porque conocía los textos bíblicos y pensaba que eso decían. Simplemente lo hizo un poco más explícito. Tampoco me parece un error de traducción. Lo que me gusta de la postura de Lutero, y hace que me caiga tan bien, es el gesto de justicia que se da a sí mismo, a todos los que practicamos este oficio, diciendo: “A nadie le está vedado realizar una traducción más perfecta.” Luego agrega un proverbio de la época: “el que edifica a la vera del camino tiene muchos maestros”. Traduces y de pronto todos saben más griego y latín que tú. 

Después de estas dos memorias de lector de la experiencia ajena, podría exponer algunos de los errores que he encontrado en distintas traducciones de literatura francesa que he encontrado en distintos libros, pero no es mi afán exhibir y con ello morderme la lengua. Hay errores que son ignorancia, claro que existe eso, pero otros me lo parecen simplemente por mi manera de entenderlos. Por ejemplo, muchas traducciones de Las flores del mal, en ese primer verso de cierto soneto que comienza Tu mettrais l’univers entier dans ta ruelle, traducen ruelle como “callejón” o “calleja”. Según mi lectura del marqués de Sade y de acuerdo al Dictionnaire analogique de la langue française. Le Grand Robert, ruelle, en este sentido, es el espacio que hay entre la cama y la pared en las habitaciones aristócratas de hasta el siglo XIX. De hecho, Le Robert consigna como ejemplo analógico de esta palabra con este significado este mismo verso de Baudelaire. Se trata de un matiz, pero importante. No es lo mismo decir que alguien “sería capaz de meter al universo entero a un callejón” que meterlo a la cama. De cualquier modo, es posible que los traductores lo supieran y hubieran preferido la otra palabra, la otra interpretación, el otro significado. O no. Quizás hicieron su traducción antes de que se publicara el diccionario del que hablo, quizá no sospecharon que podría tener otro sentido, quizá lo haya entendido igual Baudelaire. 

Como decía al principio, estas cuestiones sólo terminan por preocuparme y desmedrarme. Parece que cuanto uno más sabe, más duda al traducir y puede volverse más posible hacerlo, y a la vez, más imposible. Puede que, luego de decir esto, alguien se ponga a averiguar en qué me he equivocado. Para evitarle la fatiga le cuento que suelo confundir el verbo conjugado rêver (que es soñar) con la tercera persona del verbo revêtir (revestir), es decir, revêt, cuando tiene el sentido de “soñar con alguna idea” y “revestir alguna idea”. De hecho, sólo una vez me di cuenta de que había cometido ese error, gracias a mis alumnos. Afortunadamente mi traducción no había sido publicada y pude corregirlo. Luego creí que todo estaba mal, que todo lo había hecho mal, y que no tenía sentido seguirme dedicando a esto pero al revisar otra vez la traducción, cambié de opinión y simplemente culpé a mi miopía, no a mis facultades mentales. También, alguna vez confundí “psíquico” con “físico”. Por esa misma paranoia es que reviso todas las traducciones que hago. Entonces, quede dicho: el error en traducción debe angustiarnos lo suficiente como para corregir, pero no para decidir que no traduciremos nada. Al traducir hay una lucha constante por dar sentido, una lucha contra la resistencia que nos ofrece la lengua por traducir, ese otro código, y una contra la expresión de su sentido en nuestra lengua.

Sólo me queda agregar, como suelo hacer, algo más personal. Espero no tener que volver a escribir sobre la traducción, al menos, lo que queda de 2014. Desde hace más de un año he traducido casi todas los tardes y he tenido al menos un trabajo de traducción por ya más de cuatro años consecutivos. Hasta podría culpar a este oficio de una soledad involuntaria. Mi experiencia me dice que he ganado algo: un cansancio prematuro por aquellas discusiones sobre traducción que no son discusiones sobre cosas concretas. Con lo que me ha tocado en suerte traducir, que relativamente es poco pero es mucho, –que ha sido en general historia de la literatura– creo que me he curado de orgullo. 

1 Biblia de Jerusalén, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1998, p. 114. Exódo, 34:29-30.
2 María Barbero, experta en filología alemana, en un artículo que es posible leer en internet, dedica una exposición erudita al respecto. Me ha parecido la más razonable, pese a ser un artículo de internet.
3 Lutero, Obras, Salamanca, trad. Téofanes Egido, Ed. Sígueme, 2001, pp. 306-318.

Artículo tomado de Revista Síncope
Imagen: "Moisés" de Miguel Ángel, insertada por Blog del Círculo de Traductores

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